Saltó de la "favela" a los Grand Slam, y cuando un rival lo llamo "mono" no dudó en denunciarlo a la policía: el brasileño Julio Silva no hará historia con resultados, pero su carrera es ya un claro éxito. "¡Imagínate! Llegué a jugar la Copa Davis para Brasil... Una cosa de locos para mí, que venía de abajo", dijo con gesto de admiración el brasileño tras ser eliminado en la primera ronda del US Open por el uruguayo Pablo Cuevas.
Silva es negro, tiene 31 años y es el número 228 del ranking mundial. A lo largo de 12 años de carrera ganó apenas 400.000 dólares, cifra que las estrellas se llevan tras un puñado de partidos. Pero Silva, a su manera, es una estrella, todo un número uno. Sin duda lo es para su madre -"Edivalda María Chaves", recita orgulloso cuando se le pregunta su nombre-, a la que con los dólares que fue ganando le pudo comprar una casa para sacarla de Rui Barbosa, la favela de Jundiaí, una ciudad a una hora de Sao Paulo.
La carrera de Silva -que llegó a ser 144 del mundo en noviembre del año pasado- es cualquier cosa menos usual. Comenzó a jugar a los 13 años con una raqueta rota, cuando lo usual es que los niños lo hagan a los cinco o seis con raquetas último modelo. Recién cumplidos los 17 contó con entrenamiento serios y a los 19 logró su primer punto de ATP en un torneo 'future'.
Todo más tarde que los demás, todo más difícil. Silva quería ser futbolista, pero entonces encontró un trabajo como ball-boy, lo que en Brasil se conoce como "pasapelotas". "Mi padre se fue de casa cuando yo tenía cuatro años y mi madre trabajaba. Quería ganar un poquito de plata para ayudarla. Y el profe de tenis me dijo que, si no llegaba a profesional, algún día podía ser profesor y así ayudar a mi mamá. Tenía razón".
Hincha del Santos de Pelé, Silva pasó los primeros tres meses en el Tenis Clube Jundiaí observando cómo los demás aprendían y corriendo tras las pelotas para entregárselas a los alumnos. "Cuando podía agarraba la raqueta, me iba al frontón y pegaba un poquito, hasta que el profesor comenzó a darme indicaciones".
Para jugar al tenis hay que viajar, pero Silva no tenía dinero. Otra vez salieron al rescate sus amigos del club. "De vez en cuando me regalaban una raqueta nueva y yo hacía una rifa. Así recaudaba plata para poder comprar un ticket de viaje".
"La gente de ese club era increíble, me ayudaron mucho. Yo tenía ganas de salir de mi barrio, de mejorar, de hablar mejor, de hacer las cosas bien". Pero en ese mundo que ansiaba descubrir no todo es siempre como en el Tenis Clube Jundiaí: hace un par de meses, jugando un torneo en Reggio Emilia, en Italia, se enfrentó al austríaco Daniel Koellerer.
El 6-2 y 6-3 con que lo eliminó Koellerer en primera roda fue lo de menos, porque el austríaco se dedicó a decirle "Affe" ("mono", en alemán) durante todo el partido y a imitar los movimientos de un simio. Thiago Alves, tenista brasileño que habla alemán, siguió todo desde la tribuna y le contó a Silva lo que Koellerer había dicho de él.
Silva se fue a la comisaría más cercana y presentó una denuncia, que a su vez desembocó en una investigación de la ATP. La favela, parece claro, ya es pasado, no condiciona la vida de Silva, que tiene nuevos y muy serios proyectos: "Voy a jugar como mucho dos años más, porque estoy casado y ya quiero tener hijos".